Tomas Lebrero



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Tomi Lebrero empezó su carrera como cantautor en el año 2005, aunque muchos de nosotros lo conocimos a partir de su participación en la banda de sonido de Upa! Una Película Argentina (¿se acuerdan del tema Los chicos de cine independiente?). Su banda se llama El Puchero Misterioso y está formada por Lebrero en bandoneón, guitarra y voz, Luciano Larocca en percusión, Analía Sirio en coros, Fede Llach en contrabajo, Lucas Argomedo en cello y Mariano Heler en guitarra. Cosas de Tomi es su segundo álbum solista y fue grabado en las localidades de Dolores (Buenos Aires) y Tilcara (Jujuy), con músicos diferentes en cada una de ellas. Tal vez por eso es que en el disco conviven milongas, ritmos e instrumentos andinos y samplers en medio de gestos rockeros.


¿De dónde salgo yo?” Tomás Lebrero, 30 años, gran músico, se congela un poco ante la pregunta. Le sale un suspiro de tensión. Se ríe. Y parte de la respuesta la da en música. Esta noche, en un galpón medio camuflado de Villa Crespo que se hace llamar Teatro del Perro, está presentando su segunda producción solista –Cosas de Tomi– con algunas particularidades: no hay amplificación. Su voz y los instrumentos salen al natural. Primera aproximación. Segunda: la iluminación es con velas. Hay tres arriba del piano; algunas esparcidas en el suelo, entre los músicos, y otras donde está la gente: amigos suyos, conocidos de la casa y dos o tres periodistas tomando vino tinto. Las canciones, personales, sutiles, humorísticas, salen impecables. Más que ensayos de estilo, como en su primer disco, son como una nomecladora de estilos trasvasados por su yo: milongas, música del NOA, pinceladas folk, chacareras con giros, algún tango sutil. Respuesta, ahora en palabras: “No sé. Salgo de un lugar medio mal conceptuado como San Isidro. Es rarísimo. Soy de alguna forma un rebelde, porque mi camino era hacer la facultad y esas cosas. Para mi abuela yo tendría que haber sido una persona ‘importante’ y la música es otra cosa”.

–Ir a las discos, al gym, estudiar en la UADE, tener autos y vivir en un country.

–Claro, toda esa historia, aunque no tan extrema. No hay que ser tan cruel ni unilateral con los lugares, pero sí: pasé de una historia careta a otra cosa. Salí de ese mundo estructurado, tan dado. De adolescente, me venía con los pibes a los bares de Capital a leer poesías o curtir recitales. Además, siempre me copé con la naturaleza y por ahí me viene una cosa medio telúrica. No sé. Ser de Buenos Aires es tener muchas vertientes en la sangre, ser un curioso receptivo.

Lo receptivo se traslada, por inercia, a la música. Lo que hace Lebrero es tomar lo aprehendido –entre viajes y experiencias– pasarlo por el tamiz de su subjetividad y entregarlo en forma de algo nuevo. Una resignificación. “Es lo que busco. En un momento, cuando grabé el primer disco, me puse a estudiar esos géneros y casi los copié. En éste, en cambio, el ejercicio fue algo más que una copia de estilos. Es un desafío personal.” En rigor, Cosas de Tomi –cuya presentación oficial será mañana y el 20 de mayo en el CAFF– fue grabado mitad en un rudimentario estudio de Tilcara y mitad en un casco de estancia chica en Dolores. “¿Hippiada?, más o menos... pintó un campo y nos fuimos con los músicos, porque estaba lindo hacerlo en otro ámbito que no sea la ciudad. Yo, por esos días, estaba copado con Devendra Banhart y sabía que él había grabado su disco así: en una cabaña. Claro, la diferencia es que él tenía una producción con mucha guita detrás y nosotros aislábamos los ambientes con colchones (risas).”

–¿Y en Tilcara qué pasó?

–Tuve la suerte de conocer a Ricardo Vilca durante sus últimos seis años de vida... fue un maestro. Su actitud de tipo humilde y copado me llenó. Igual, tampoco hay que idealizar. Generalmente, la prensa de Buenos Aires tiende a ponerlo en un lugar un poco romántico. Pero si ves de cerca, en realidad todos los egos son parecidos. El y Mederos –Rodolfo–, otro maestro para mí, tienen un ego grande. O Juan Falú, con quien compartí varias jazzeadas. Ricardo era un tipo muy de la tierra, haciendo una música de la tierra. Tenía vuelo y encontró una voz propia. Es lo que estoy buscando yo.

Lebrero se distiende. Ya le sale mejor definirse. Es un músico con vuelo que busca una voz propia a través de canciones realmente intransigentes: “Armándolo Discépolo”, “Tilcara”, “El amor en Buenos Aires”, “El artista en vacaciones”, “Siete días”, “Bolivia”, “Nadalina”, “Malambo del Tobiano”, algunas unidas –en concepto– por la idea de la fuga, hacia la infancia o hacia el campo. “Tobiano fue un caballo que tuve en la infancia, en un campo que iba de niño, y me marcó mucho. Lo que pasa es que uno agarra elementos de la realidad y después pone bastante de ficción. ‘El artista en vacaciones’, también habla de una experiencia de retiro, de fugarme a un lugar, al campo, y salió ese texto.”

–En “Milonga progresiva”, después de esa introducción con pájaros y animales de campo, aparece un diván en el medio de La Pampa y una sentencia sintomática: “Los bueyes son de Freud, las vaquitas, de Lacan”. Puede remitir a dos cosas: aquella canción del Spinetta de Privé (“Yo no quiero ser Freud en el medio de La Pampa”) o a “El arriero”, de Yupanqui. ¿La compuso pensando en ellos?

–Más bien pensando en una reescritura de “El arriero”. La idea era más o menos insertar a la clase media que se psicoanaliza todo el tiempo dentro de una milonga campera. La Pampa tiene algo freudiano, como de diván, de fluidez y apertura, ¿no? Bueno, éste es el diálogo interno de un arriero psicoanalizado. Psicoanálisis y Atahualpa, che (risas).

–A propósito, hay una intención humorística en sus canciones. Se nota que le escapa a la solemnidad del músico “artísticamente correcto”.

–Totalmente. Trato de escaparle, pero ahora me pasa al revés. Mi naturaleza es así, cambiante... ahora estoy tratando de hacer el ejercicio inverso, porque en un momento se me fue de las manos. Siempre me dan ganas de hacer una vuelta carnero cuando me veo en una situación densa.

–¿En qué contribuyó haber sido bandoneonista estable de la Orquesta Fernández Fierro?

–En la búsqueda de una raíz. Fue algo como indeleble para mi vida, aprendí mucho.

–Pero acotado a lo específico del instrumento en el marco de una orquesta de tango, mientras en su música hay elementos más asociados al folklore. Hay un lenguaje más abierto...

–Fue la idea. Traer elementos del paisaje rural a una música urbana. Un folklore urbano, digamos. Yo, en definitiva, soy como una esponja que va agarrando de lugares. Eso de las raíces en un momento me pegó bastante. ¿Quién soy, entonces? Bueno, un producto de haberme salido de lo establecido para indagar en la libertad.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-13822-2009-05-11.html

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