Santiago Vazquez


"Me resultaría casi hipócrita obligarme a manejar un solo lenguaje"


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Como aquellos expedicionarios que se internaban en la selva sin demasiadas certezas de lo que fueran a encontrar, cada proyecto que incluye al percusionista Santiago Vázquez en sus créditos parece plantearse como una aventura sonora hacia algún lugar inexplorado. Hay algo de ventana al futuro en cada uno de sus discos. Algo de adelanto de cómo puede sonar cierta música de estas tierras una vez asimilada por completo (si tal cosa es posible) aquello que el mercado discográfico dio en llamar world music.

No le disgusta el título de multiinstrumentista. "Es lo mas parecido a decir músico", afirma. Es que, además de batería, estudió composición, armonía, piano e, incluso, dirección y orquestación en Estados Unidos. Si a ello se suma su irrefrenable curiosidad para investigar los más variados objetos y sonoridades musicales, no quedaría, al parecer, otro rótulo posible.

Vázquez (de 35 años) tocó con varios de los músicos más sobresalientes del país. Sin mencionar sus trabajos como sesionista o músico invitado, se pueden citar, entre otros, a Pedro Aznar, Luis Salinas, Dino Saluzzi y Néstor Marconi, con cuyo quinteto alguna vez acompañó a Roberto Goyeneche. "Fue un desafío porque había que seguirlo en su deriva musical", se sincera. "Igual era buenísimo cómo trasmitía. Pero, desde el punto de vista de la forma musical, no le importaba nada, así que estábamos todos los músicos atrás haciéndole de red".

Tras aquellas experiencias, comenzó a forjar su camino y dejar, en grupo o en solitario, una estela de producciones de notable calidad. Entrevistado por Adrián Gargiulo en
Cosas tuyas, Santiago Vázquez explica algunas de las facetas de una búsqueda que comenzó antes de cumplir los 10 años, cuando armó su primera batería sobre la alfombra con guías telefónicas, casettes, ollas y pedacitos de madera, y se grababa con un walkman.

"Después de un período bastante largo de estar tocando profesionalmente la batería, empecé a sentir que ya no me era totalmente satisfactorio. Necesitaba tocar una calimba [instrumento de origen africano que consiste, por lo general, en una caja de madera y un puñado de laminillas de metal que se pulsan con los dedos] o algunas cosas con notas. Descubrí el birimbao en un viaje a Brasil y empecé a pasar más tiempo tocando esos instrumentos que la batería. A tal punto que me asusté", recuerda.

"No me lo tomaba muy en serio -agrega-porque no escuchaba ninguna música donde esos instrumentos fueran importantes. No consideraba que eso pudiera ser parte de mi carrera. Tuvo que pasar bastante tiempo para que me animara a tocar esos instrumentos en vivo. Cuando empecé a tocar con el Mono Fontana, en dúo, me dijo: '¿Qué instrumentos tocás?' Yo le dije: 'Bueno, toco la batería, pero también estoy tocando tablas, birimbao, calimba...' 'Bueno, traete todo eso y vemos', me contestó. Ahí fue el momento de empezar a sentirme un percusionista más que un baterista. Se me fue el miedo. Al mismo tiempo empecé a tocar en el piso otra vez, como cuando era chico."


¿Cuáles fueron tus influencias?

De chico, cuando me ponía en la alfombra con todos estos instrumentos, me salían unas melodías que me gustaban pero no se parecían a nada. Entonces, no les daba un estatus de composición, por más de que yo las memorizaba y las podía cantar (lo que es, básicamente, lo mismo que decir que lo compuse). Yo iba recopilando estas melodías sin pensar que alguna vez fueran a salir a un público. Esto fue hasta que, bastante más adelante, escuché por casualidad, en España, un casete de Um Kalsoum, una cantante egipcia famosísima en el mundo árabe. Es como si te dijera Los Beatles, más grande incluso. Se me paró todo: "esto es muy parecido al tipo de melodías que yo canto, que yo compongo". Ahí noté que había una música que a mí me salía espontáneamente que se relacionaba con otras músicas que existían en el mundo, a las cuales no había tenido acceso. Eso me dio ánimo para tomar lo que me saliera como algo valedero, suponiendo que en algún lugar del mundo hay una música que se le parece. Al mismo tiempo me generó un estímulo muy grande para conocer otras músicas y ver qué instintos se me despertaban con ellas. O qué cosas que yo ya tenía estaban muy desarrolladas en otros estilos de música.

¿Cómo nació Puente Celeste?

Como el deseo de llevar al escenario esta sensación de que la música está toda unida en ciertos instintos que son propios a todos los seres humanos. De que se podía llevar eso a un escenario sin tener que andar poniéndose límites falsos. Para cierta gente esos límites son valederos y está muy bien que existan. Está buenísimo que haya gente que los desarrolle en forma pura. Pero hay mucha gente que nace fuera de esas tradiciones. En Buenos Aires nos toca mucho eso porque, fuera del tango, que dejó ahora como unos hilitos que ojalá alguien pueda ir hilvanando y convertir en un tejido, y fuera de algunas otras tradiciones, estamos influenciados por una cantidad de cosas muy grande. A mí me resultaría casi hipócrita obligarme a manejar un solo lenguaje. Puente Celeste fue esa idea de armar un grupo en el que uno pueda ser libre. Con la responsabilidad que eso implica: ser honesto con lo que uno necesita interiormente hacer.

¿Están grabando?

Hace un año que estamos grabando un disco nuevo. Ahora decidimos parar un poco para tocar en vivo esos temas, para ver si surge un poco más de cocción y para después grabarlos en vivo. No sé si en vivo con público o en el estudio.

Uno de tus discos solistas se llama Raamón, ¿por qué?

Y… [con acento cordobés] Raamón suena meejor.
(Risas.)

Yo lo asocié con Amón Ra…

Está bien. Tiene varias lecturas. A mí me gustaba esa tirantez entre Amón Ra, que es como algo magnífico, de los dioses egipcios, y Raamón, que suena como a verdulero cordobés. Me gustaba que eso esté en la misma palabra. Tiene que ver con el concepto del disco, que busca extremar esa tensión entre lo lindo y lo feo, entre lo que se supone que tendría que ser perfecto, pero, justamente, en esa intención muestra su hilacha. El disco hace foco en esas hilachas, en esas imperfecciones. La idea fue imitar la música que se hace con máquinas electrónicas, con computadoras, que es siempre prolijita, bien programadita, pero hacerla a mano. Naturalmente, uno, por ser humano, tiene una cantidad de defectos que las máquinas en ese sentido no tienen. Fue poner el foco en esos defectos y hacer que eso sea lo bello.

¿Cómo te llevás con la crítica musical?

Bien. Ellos hacen su trabajo, cada uno hace su trabajo. No sé si existe una relación real de ida y vuelta entre la crítica y el músico o si debería existir. Me parece que no, que cada uno cumple un rol distinto. Uno tiene que hacer música sin pensar en si le va a interesar a un crítico o algún público determinado. En todo caso, pensar después a quiénes les va a interesar y ayudar a que esa música llegue a su destino, pero no modificar la música por eso. Si no, estarías llegando a un destino cierto, pero con contenido incierto. Si yo inventara mi música en función de quien la va a escuchar, esa música no me tendría a mí; sería darle mentira a mucha gente. Prefiero darle verdad a poca.

Cuándo viajás, ¿qué llevás?

Ahora, el instrumento que llevo siempre es la mbira. Es un instrumento de Zimbabwe que me absorbió mucho durante varios años. Le dediqué un disco incluso. Es un instrumento muy portátil, muy lindo de tocar, tiene un poder de armonización maravilloso. En cualquier lugar donde lo tocás empezás a ver todo más lindo.

¿Cómo es?

Es parecido a la calimba. Consiste en una tabla de madera con un montón de ejes metálicos que uno toca con los dedos. Tiene un sonido muy dulce. Como una especie de piano, pero chiquito.

En su origen era para comunicarse con los espìritus, ¿no?

Y ahora también. En Zimbabwe es un instrumento sagrado. No se usa fuera de las ceremonias religiosas. Sirve para llamar a los espíritus. La ceremonia es parecida al candomblé, al umbanda, a varias religiones que vienen de África. Los ancestros toman posesión de alguna de las personas que están allí.

¿Grabaste en una iglesia con la mbira?

Es gracioso porque es otra religión. El disco
Mbira y Pampa lo grabé en una iglesia. Por la acústica sobre todo, no por un tema místico. Las iglesias tienen un sonido que para algunas cosas es muy lindo. Fue en una iglesia en Gándara, en la provincia de Buenos Aires.

¿Cómo fue el proceso creativo de Mbira y Pampa, esta mezcla de África y la Pampa?

Desde hace mucho vengo observando relaciones entre ritmos africanos y ritmos argentinos, del norte: la chacarera, la zamba, la cueca. Todos esos ritmos ternarios tienen mucho que ver con ritmos africanos. De hecho, el bombo mismo, en su confección, tiene que ver con tambores africanos. No me propuse investigar antropológicamente, pero desde el punto de vista musical a mí no me cabe duda de que hay una relación. En el disco está esa sensación de proximidad. Yo compuse toda la música del disco, no es música tradicional, pero muchos temas están hechos como si fuera música tradicional shona, de Zimbabwe, y están acompañados con bombo legüero y joshos, que son unos instrumentos [similares a las maracas] que se usan allá. En lugar del ngoma, que es el tambor de Zimbabwe, se usa el bombo legüero, que está cumpliendo una función muy parecida en un ritmo muy parecido. Simplemente quise esbozar esa conexión. Es un guiño.

PARA ESCUCHAR

Santiago Vázquez lidera, desde 1997, Puente Celeste, grupo tan exquisito como indefinible que integra junto a Edgardo Cardozo, Luciano Dyzenchauz, Marcelo Moguilevsky y Lucas Nikotián. Desde entonces, pusieron tres discos en la calle -Santiago Vázquez & Puente Celeste (1999),Pasando el mar (2002) y Mañana Domingo(2004)- y coprodujeronVuelta (2004), de Richard Shindell. Puente Celeste comenzará a testear los temas de su próximo disco a mediados de agosto en una serie de recitales que dará en el Chacarerean Teatre.

Como solista, Vázquez publicó
Mbira y Pampa(2005) y Raamón(2004). Además, tiene dos placas con el Colectivo Estereofónico (un grupo de improvisación, ver Caos Organizado); dos con Será una noche (formación tanguera que tuvo en la voz a Pedro Aznar y a Lidia Borda); el discoCiruelo, del Mono Fontana Trío; y dos registros con una peculiar juntada de músicos argentinos y japoneses: Chichipio(2005) e Izumi (2006).

Más información en:
santiagovazquez.com


CAOS ORGANIZADO

Primero con el Colectivo Estereofónico y, ahora, con el ensamble de percusión La Bomba de Tiempo, Santiago Vázquez fue perfeccionando un sistema de señales con el cual se coordina el trabajo de improvisación de varios músicos.

"Me interesa mucho experimentar diferentes tipos de procesos creativos y ver hacia dónde lleva eso -explica-. El director coordina y le da forma a un material que genera cada uno de los 17 músicos en su experimentación. Si un músico toca algo, el director tal vez le pida con estas señas que lo memorice para tocarlo más adelante o que lo repita, o le pide a otro músico que lo imite, o que lo toque al revés, o que lo toque pero le cambie el compás de tal o cual manera. El director organiza esos materiales para que formen un todo."

La Bomba de Tiempo toca todos los lunes a las 20, en la Ciudad Cultural Konex.

MÚSICA DE SELECCIÓN

Desde junio de 2005, el Club del Disco (
clubdeldisco.com) distribuye cada mes a sus asociados un trabajo cuidadosamente seleccionado entre la variada producción local independiente. Cada CD va acompañado por una revista en donde hay entrevistas al autor del disco y material informativo sobre ese estilo de música.

"La idea del club es brindarle al público una forma de música que no está disponible en las disquerías o está perdida entre una cantidad muy grande de discos y, al mismo tiempo, dar elementos para que puedan disfrutar más de esas música", señala Santiago Vázquez, director artístico del club.

¿Qué disco recomendás?
Hay un disco que a mí me parece fabuloso que es el que sacó el Mono Fontana de piano solo, que se llama
Cribas. Es un disco emparentado, si se quiere, con la música contemporánea. No es para bailar sino más bien para establecer una conexión emocional.


Redacción: Lucas Petersen

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